La vida es una criatura polimorfa. La narración y también la autonarración de la propia vida es una manera de dar geometría a ese caos que es la vida. La necesidad de contar es un motor fundamental de la criatura humana.
–Usted ha dibujado a las ballenas como seres más tiernos que los humanos.
Porque el hombre es una paradoja, una cosa muy compleja que puede ser angelical y diabólico. Yo respeto a los animales porque son inocentes. Me exaspera la arrogancia de la Iglesia cuando afirma que no tienen alma.
–¿A usted qué le gustaría ser?
Ah..., tantas cosas. Somos prisioneros del tiempo y del cuerpo, y a mí me gustaría deambular dentro de mi propio tiempo, ser hombre hoy y niño mañana. Pero nuestras etapas son severas como estaciones de tren.
–Esa es una nostalgia irreversible.
Como la sensación de lo que podría haber sido y no fue. Lo que podríamos haber hecho y no hicimos.
–¿Qué, en su caso?
Yo estoy aquí, escribí los libros que escribí y encontré a las personas que pertenecen a mi vida profundamente, por casualidad. Si aquel día especial de 1964 en la estación de Lyon de París no me hubiera detenido para comprar un pequeño libro, “Tabaquería” de un autor extranjero que yo no conocía, Fernando Pessoa, mi vida sería distinta.
–¿Cómo sería?
Yo quería ser astrónomo. Me gustan mucho los hombres que miran las estrellas. Sin embargo, he pasado mi vida mirando a la altura del hombre, porque eso es escribir.
–¿Y qué ha encontrado?
El mal y el bien. El amor y el odio. Sé que el mal existe. La vida es un depósito infinito.
–¿Minada de dudas?
Sí, pero ese es el oficio del intelectual. La duda es una forma oblicua de conocimiento porque a menudo no pertenece a la lógica o la racionalidad sino a la intuición, que también es una forma de sabiduría.
–¿El presueño es otra manera de saber?
En ese estado anterior al sueño del que yo me nutro para escribir se pierde el superego y
toma el control lo irracional. Es un espacio muy libre, porque pensar racionalmente es una manera de castigarse, de limitar la propia libertad intelectual.
–Ahí pueden aparecer muchos fantasmas.
Sí, es muy inquietante. Están los fantasmas de los miedos que aparecen cuando estás desprotegido de la racionalidad. Pero también los fantasmas buenos, las personas que pertenecieron a mi vida y que me otorgan una dulzura muy grande.
–¿Alguien en particular?
Mi padre me habló en ese estado de presueño hasta que se confundió conmigo.
–Su padre perdió el habla.
Sí, pero mi imagen de él es su voz. La voz me parece la cosa más misteriosa del hombre, uno de los misterios más oscuros y antiguos. Los fundadores de las grandes religiones no escriben, hablan. Orfeo canta y es gracias a su voz que vence a la muerte.
–¿Y usted por qué se planteó que su voz fuera anónima?
Supongo que por cobardía. Tomarse la palabra es una responsabilidad muy fuerte y arrogante. El hecho de mirar produce culpabilidad, porque cuando se mira se ve.
–El desasosiego, ¿tentación de escritores?
No sé si es una tentación o una condición ontológica. El escritor se siente inadecuado para la vida, no es un ser práctico, no sabe resolver la burocracia. Escribir es, muchas veces, no saber vivir. Para el escritor es más fácil describir la vida que vivirla.
–¿Y usted cómo calma su desasosiego?
Lo calmo y lo alimento escribiendo.
–¿Luz y tiniebla en un mismo pozo?
Hay raros momentos felices y es preciso disfrutarlos. Alguien le preguntó a Borges una vez si estaba completamente ciego y él respondió: “En ciertos días, cuando estoy de buen humor, veo el amarillo”. Yo para calmar el desasosiego llamo por teléfono: la voz de otra persona me da seguridad.
–¿Qué siente cuando vuelve la mirada?
Un imposible: me gustaría revivir ciertos momentos con la mujer que he amado más en mi vida, con mi mujer. Repetir, por ejemplo, aquel viaje a Francia de los 25 años.
–¿Es usted un hombre de un solo amor?
No creo que exista más de un amor fundamental en una vida. Y es un privilegio muy grande encontrar a la persona que tú amas.
–¿La amaba ya antes de conocerla?
Sí, el amor es como una cita y es importante darse cuenta de esa cita. Luego las dificultades se superan con la gimnasia diaria.
–¿Eso es madurez?
Siempre pensé que existía una línea metafórica que separa la juventud de la madurez, pero después he comprendido que cada día tenemos que superar esa línea de sombra.
–“Cada vez se hace más tarde” es su último libro. ¿Más tarde para qué?
Somos criaturas comandadas por el tiempo y el tiempo no perdona. Se hace más tarde para la comprensión de las cosas que nunca comprendes. No se sabe muy bien a quién, pero cada uno de nosotros tiene una carta pendiente que escribir, aunque nunca hallemos el coraje para hacerlo.
–¿Y usted ya sabe quién es?
No muy bien. Pero creo que pensar quién soy es limitativo, deberíamos pensar quiénes somos, porque el individuo es siempre plural, somos poliedros, somos muchos y cada vez distintos. En un poema tardío, Pessoa cuenta que se había cuestionado tanto a sí mismo que probablemente en su complicación no había sabido apreciar la sencillez.
Antonio Tabucchi, escritor y profesor de literatura, nació en Pisa (Italia) en 1943. Se considera un progresista escéptico. "No creo en la divinidad, creo en las posibilidades del hombre: la eternidad está en nosotros".
Su don va más allá de la palabra, su sabiduría es antigua. Muchos de sus libros nacen en el presueño, esa especie de limbo libre de espacio y tiempo, y algo se trae de ese mundo, como si sus libros pudieran leerse con los ojos cerrados. Tabucchi no narra, muestra el lado oscuro de la realidad y la inquietud sin nombre que todos compartimos. Le habita la melancolía. Para huir de ella adopta otra de sus facetas, la del columnista comprometido, la del profesor universitario: “Escribir todo el día es una forma masoquista de cultivar la soledad. Necesito otras voces. Cuando caigo en el vientre de los sentimientos y me atrapa el desasosiego, telefoneo. La voz me tranquiliza”.
(Entrevista publicada en "La Contra" de La Vanguardia).