jueves, 5 de mayo de 2011

*El mal de escuela

En la primavera de 1954 el alumno Daniel Pennac, de diez años de edad, nacido en Casablanca, recogía su boletín de notas. Las Artes Plásticas no se le daban mal... "dibuja a la perfección, salvo en clase", advertía el profesor; la educación musical podría sonar mejor en sus oídos si no hablara todo el rato; por las sesiones de gimnasia se le veía poco y en los ejercicios de Gramática se mostraba "alegre como compañero y mediocre como alumno"; en Matemáticas "le faltaba base"; en la hora del Inglés hablaba mucho, pero era incapaz de pronunciar una sola palabra en la lengua de Shakespeare; el de Educación Técnica dictaba sentencia: "No ha hecho nada y ha rendido menos". Conclusión: Daniel Pennac componía en el argot académico el fatídico retrato robot del "Cancre". El cangrejo. Alguien que a los doce años no había demostrado nada.
Medio siglo después, este profesor es el autor del "bestseller" pedagógico "Mal de escuela", en el que disecciona los cuerpos y almas de esos jóvenes que copan en los expedientes académicos el apartado del fracaso escolar. ¿Fracaso de quién? ¿Del alumno gamberro? ¿Del profesor que no lo da todo en la hora de clase? ¿Del sistema público de educación? ¿De una familia que no presta suficiente atención al educando?
En estos tiempos en los que nuestro modelo de sociedad se tambalea, y todas las miradas se dirigen hacia la escuela, la desmembración familiar y los guetos multiculturales, Pennac prefiere observar la singularidad humana: "guardémonos mucho de subestimar lo único sobre lo que podemos actuar personalmente y que además data de la noche de los tiempos pedagógicos: la soledad y la vergüenza del alumno que no comprende, perdido en un mundo donde todos los demás comprenden", nos advierte.

.-Identifica usted al fracasado escolar con el término "cancre".
Es una palabra específicamente francesa, difícil de traducir en ninguna otra lengua. Cuando me preguntan qué es un mal alumno me cuesta responder. Hoy nadie habla de "cancres": simplemente se le califica de zoquete, o inútil. Un cero a la izquierda.

.-Pero, etimológicamente, el "cancre" es el cangrejo.
Sí, un animal que camina de lado, lentamente; la otra acepción se refiere al cáncer. Ser un fracasado en la escuela es como un cáncer que no se cura, un proceso sometido a sucesivas recaídas. Una persona acomplejada. Yo me enfrento a ese niño que no comprende al profesor. Ese, que tras las primeras evaluaciones negativas, acaba confinado en la inhibición intelectual. En esa tristeza, que conozco tan bien, se incuba la personalidad del que huye, del perezoso, de aquel que no consigue nunca explicar lo que le ocurre.

.-Usted fue un niño "cancre".
Sí. El cancre vive instalado en el estupor permanente, una situación que me interesa como profesor. Un objeto de análisis que se asemeja mucho al niño que yo fui y que nunca olvidaré. Niños que llevan la misma cicatriz que yo conservo: que sienten una profunda vergüenza cuando no consiguen dar con la respuesta correcta. ¡Y la escuela no se interesa por este problema!

.-¿Cómo se manifiesta el "mal de escuela"?

Con dolor. Un dolor muy particular. El de no comprender. No ser capaz de responder a las preguntas del profesor. El sentimiento de ser un imbécil. La decepción de tus familiares y un miedo cerval al porvenir. El dolor del profesor que no consigue hacer progresar al alumno. El fracaso, también, profesional. Las dudas sobre la identidad pedagógica...

.-Las instituciones educativas y la Administración pública optan más bien por los informes estadísticos.

Así es. Dicen: "No hace falta indagar en la naturaleza del mal estudiante! ¡Es tiempo perdido! La sociología, la psicología y la moral no sirven para nada. Al alumno que no obtiene los resultados esperados, según las observaciones del boletín de notas, "le falta base".

.-¿Y eso qué significa?

Pues que cada calificador insinúa que la mala nota no es culpa suya. La institución académica dice que "le falta base" y punto. He aquí una categoría. A este alumno siempre le faltará base. Por esa razón, no me interesa la escuela tomada como institución.

.-¿Y de qué forma se evalúa ese fracaso escolar?

Yo no voy de psicólogo, ni de sociólogo, ni de moralista: me preocupa más el miedo, el temor. Los malos alumnos tienen miedo. ¿De qué? Un miedo que, en todo caso, constituye una barrera para el saber. Como la persona que padece una depresión. Su tristeza es una muralla para la transmisión de conocimientos.

.-¿Cómo se detecta ese temor?

Lo capté en 1969, al cuarto de hora de empezar mi primera clase. Deduje que los alumnos tenían miedo y entraban en un juego agresivo hacia mí: les atemorizaba ser juzgados como cretinos, tontos, imbéciles. En su fuero interno se decían: "Sí, lo que tú digas, soy un cretino, pero te haré la vida imposible: no daré ni golpe".

.-Entonces, ¿la agresividad proviene del miedo?

El miedo no sólo afecta al niño, sino a sus padres, especialmente a la madre. Se percibe en los meses de abril y mayo, con el tercer trimestre. Empiezan las llamadas y las visitas al despacho del profesor porque en las observaciones del boletín de notas aparece la frase lapidaria: "El tercer trimestre será determinante". El miedo de la madre nace de proyectar el presente sobre el futuro de su hijo. De que el futuro sólo sea un presente peor.

.-¿Y qué actitud tienen que adoptar los padres de un alumno inútil?

Una madre se quejaba de que su hijo me lo explicaba todo a mí y a ella no. Le contesté que se debía a que el profesor no era nadie para él y ella lo era todo... Los padres no han de manifestar temor sobre el futuro de su hijo: no sirve de nada. Cuando estudiaba, yo era muy lento y mi madre pensaba que era tonto. Si siempre te dicen que eres tonto, acabas estando de acuerdo.

.-Hay malos alumnos, pero también malos profesores.

Fracasar con un alumno revela nuestros límites profesionales y hace bajar la autoestima. O sea, que el miedo del alumno depara daños colaterales, tanto para el interesado como para familiares y docentes.

.-Reza el refrán que "cada maestrillo tiene su librillo".

Si tenemos un "librillo" debería ser la asignatura que impartimos. En este aspecto los profesores de Lengua lo tenemos mejor que los de Física y Química aunque, en mi época de alumno, el profesor que me salvó la vida daba Matemáticas.

.-¿Cómo le salvó la vida?
Se encontró con una clase tan destructiva como una película de Sam Peckinpah. Robos, desorden, peleas, insultos, mentiras...
Al empezar la clase nos encontramos con una especie de Buda matemático que profesaba un amor inoxidable hacia su asignatura y deseaba transmitir sus conocimientos. No le dábamos miedo. Sabía con quién trataba y estaba convencido de que haría de nosotros unos matemáticos. Y lo consiguió. Trazó un enorme cero en la pizarra. "¿Qué he escrito? La nota que tendréis en Selectividad". Luego preguntó a un alumno: "¿Dos más dos cuánto suman?" "Cuatro", contestó entre risas. Él no se inmutó: "¿Por qué te ríes? ¿No te das cuenta de la inteligencia de tu respuesta? ¿No sabes adónde nos llevará este resultado?". De esta forma nos implicó en esa búsqueda desde la primera hora de clase. Nos aseguró que no volveríamos a mentar la Selectividad y sólo hablaríamos de matemáticas. ¿Matemáticos? ¿Alumnos curiosos? En todo caso, adolescentes con ganas de aprender. Los jóvenes no admiten una autoridad blanda e indefinida, quieren que les riñan si hay un motivo intelectual.

.-En conclusión, la herramienta para vencer el miedo es la asignatura.

Basta con no comportarse como un usurero del saber. Confiar en que tenemos tiempo. Pero... ¿cuánto tiempo pedagógico? El tiempo para conseguir la impregnación de los conocimientos hasta que se produzca la revelación.

.-Los profesores están acuciados por la programación curricular y no lo tienen fácil para tomarse ese tiempo que usted juzga necesario.

Llegamos a la situación extrema del profesor: la soledad de la clase. Nuestra actitud, el hecho de estar allí, constituye un complejo combinado entre el interés por la asignatura, por la clase y el placer de cambiar la realidad. Y todo eso deriva de una actitud personal y no de una formación cultural, por importante que esta sea. Se trata de una hora. Y cuando pase esa hora habrá que pensar en otra cosa. Es la hora de la enseñanza: exige una presencia absoluta. En demasiadas ocasiones, nuestra presencia es fantasmal. Lo que está claro es que no hay que ir a la clase cansado.

.-Esa abulia puede provenir del desánimo de una profesión que ha perdido prestigio social y resortes de autoridad.

No voy a negar que siempre topamos con alguien que no sigue la clase. Te lo están diciendo: "Digas lo que digas, paso". Son alumnos a los que no tienes acceso. Yo también he conocido mis límites docentes y he fracasado. En un instituto de Marsella, los alumnos no miraban al profesor. No hablan, no ríen, como si no existiera. Francamente, no sé cómo resolvería yo una situación así, pero algo habrá que hacer, porque, si no, tendremos que dejar este trabajo. No es mi caso: cuando entro en una clase veo la vida en estado puro.

.-El discurso antiautoritario de "Mayo del 68" no ha ayudado mucho a mantener la disciplina en las escuelas
.
Yo pienso que la raíz de la crisis de la escuela europea está en que los jóvenes de hoy disfrutan de las mismas posibilidades de consumo que sus padres.

.-¿Y por eso han de ignorar y ridiculizar al profesor?

Nuestro principal rival, repito, no son los alumnos sino la "clientelización" de la infancia. Niños clientes de una sociedad de consumo. Consumidores de marcas, telefonía móvil, motos... Lo mismo que sus padres. Eso les confiere una falsa madurez tecnológica, comercial, informática... El consumo ha atiborrado a los jóvenes de deseos desde sus primeros años. Mensajes de la televisión, compulsión por consumir y cambiar constantemente de objetos. Valdría la pena hablar con ellos sobre esos deseos superficiales que ellos consideran necesidades fundamentales. Hacerles distinguir entre deseos y necesidades. Si pudiéramos apasionarlos con la asignatura sería interesante ver qué efecto tendría en la venta de móviles o de zapatillas deportivas.

.-La sociedad se siente decepcionada por los resultados de la escuela, eso que los medios de comunicación han denominado "alarma social".

Y yo me pregunto qué espera esta sociedad tan obsesionada por encontrar culpables y no por buscar soluciones. Vivimos en un mundo que evoluciona de manera absurda.

.-¿Y qué papel han de desempeñar los gobiernos en esa estrategia, además de diseñar planes escolares casi siempre al servicio del partido político en el poder?

Me pregunto si nuestros Estados quieren formar de verdad alumnos inteligentes. Yo diría que no, que al Estado tanto le da la escuela, pero hablar de crisis educativa es una buena manera de desviar la atención. Los políticos hacen siempre de políticos y no demuestran ningún interés por la pedagogía.

.-¿Es posible superar esta crisis general de valores en una sociedad como la occidental, carente en estos momentos de un discurso moral?

Le responderé como padre y profesor: Una buena manera de ser padre y profesor es reencontrar al niño en el niño y al adolescente en nuestros adolescentes. Una verdadera conciencia de afecto y lucidez que encaje con los jóvenes de hoy. Y yo creo que la mayor de las necesidades de los adolescentes es tener delante a adultos que no tengan miedo del futuro y que no jueguen a ser adolescentes.

.-¿Hay, entonces, demasiados padres infantilizados que acaban haciendo lo mismo que sus vástagos?

La sociedad de consumo nos infantiliza a todos, no importa la edad. La mejor forma de ser adultos es revisar nuestra adicción al consumismo. El tiempo mental que dedicamos al consumo nos produce una preocupación gigantesca. Un tiempo que podríamos dedicar a nuestros hijos. Mientras tanto, ellos se han situado en esa misma lógica consumista y al final nadie se ocupa de nadie.

.-¿Cree que de esta crisis surgirá algo positivo para la educación, la convivencia familiar y el modelo de sociedad?

Todo dependerá de la relación personal que mantengamos con nuestros hijos. No podemos esperar soluciones mágicas del exterior. El exterior es la publicidad, que nos incita al egoísmo consumista. Cada uno de nosotros debe hacer una revolución contra esa pantalla de plasma que nos separa de nuestro entorno familiar. En el plano político no sé si alcanzaremos una verdadera democracia representativa. Si echamos una ojeada a la política internacional, vemos que está siendo dirigida por "showmans" en lugar de por líderes políticos responsables.

*(Entrevista publicada en la revista cultural "Barcelona-Metrópolis").

*Antonio Vega



Estoy metido en un lío y no sé como voy a salir,
me buscan unos amigos por algo que no cumplí.
Te juré que había cambiado y otra vez te mentí,
estoy como antes colgado y por eso vine a tí.

Agárrate fuerte a mí, María, agárrate fuerte a mí,
que esta noche es la más fría y no consigo dormir.
Agárrate fuerte a mí, María, agárrate fuerte a mí,
que tengo miedo y no tengo donde ir.

Mañana cuando despiertes estaré lejos, en fin,
no creo que pase nada, de otras peores salí.
Si acaso no vuelvo a verte, olvida que te hice sufrir,
no quiero, si desaparezco, que nadie recuerde quién fui.

Agárrate fuerte a mí, María, agárrate fuerte a mí,
que esta noche es la más fría y no consigo dormir.
Agárrate fuerte a mí, María, agárrate fuerte a mí,
que tengo miedo y no tengo donde ir.

Agárrate fuerte a mí, María, agárrate fuerte a mí,
volveré por ti algún día, escaparemos de aquí.

Agárrate fuerte a mi, María, agárrate fuerte a mí,
que tengo miedo y no tengo donde ir...

que tengo miedo y no tengo donde ir.

Esta canción es original de "Los Secretos", aunque, en mi opinión, la versión de Antonio Vega es más profunda y dramática. La podéis oir cantada por él, en directo, en la película de Julio Medem, "Caótica Ana".