Vicente Ferrer (Barcelona 1920, India 2009) es una de esas personas que te devuelve la confianza absoluta en la Humanidad y en nuestra capacidad individual y colectiva para mejorar el mundo.
No ha recibido el Nobel de la Paz, no está santificado, le criticaron severamente por “colgar los hábitos” jesuitas, fue expulsado de la India y ha incordiado a todo tipo de autoridades (militares, políticas y religiosas) pero millones de personas lloran estos días su pérdida porque Vicente Ferrer ha conseguido el gran objetivo de una vida humana: ha dejado el mundo mucho mejor de cómo lo encontró y con todo un legado de cómo continuar su obra.
Durante 50 años trabajando en India con “los intocables” -los más pobres de entre los pobres, de los que dice la tradición que si los tocas debes lavarte después-, Ferrer construyó para ellos 4.000 pozos, 596 embalses, 1.550 escuelas, 5 hospitales, miles de bancos para la mujer, 13 centros para discapacitados y ha plantado 11 millones de árboles en una zona que era desértica.
.-Usted no se cansa de repetir que su política es la acción.
Verá, para hacer frente a los problemas hay que actuar sobre las causas. Si quieres actuar en esta historia de la humanidad donde la pobreza es la enfermedad cumbre, se ha de dar un movimiento humano de los que tienen hacia los que no tienen nada. Así se hacen los milagros.
.-Así que su camino siempre ha sido el de la acción.
Sí, pero la reflexión ha corrido paralela a la vida, inconsciente, sin hacer ruido… y me he dado cuenta de que siempre he buscado lo mismo, siempre he sido el mismo.
.-¿Y quién es usted?
Yo era un niño bueno, tenía compasión, ayudaba a la gente, recogía dinero para un hospital… No sabía por qué lo hacía, pero es exactamente lo que trato de hacer ahora después de haberlo aprendido todo.
.-Entonces, ¿tiene respuestas?
Cuando era niño leí un libro que narraba la historia de una tribu de la edad de piedra que había perdido el fuego y durante generaciones estuvo buscándolo. Muchos años después, en India, una noche que estaba conduciendo camino de Bangalore me quedé absorto durante kilómetros mirando la luz roja del coche que iba delante de mí. Esa luz roja se mezcló en mi mente con el protagonista de aquel relato de infancia: el fuego, e inmediatamente me hice una pregunta: “Y tú, ¿qué has estado buscando durante toda tu vida?”.
.-¿Encontró la respuesta?
Fue inmediata: “Has estado buscando el significado del hombre”. Comprendí que mi búsqueda no había sido el misterio de la vida, sino el hombre. Y creo que esa búsqueda de quiénes somos es la que nos une a todos, porque la humanidad la constituyen todos los hombres juntos, no sus creencias.
.-¿La humanidad está unida?
Ya sé que no lo parece, pero los hombres tenemos como una antena que nos conecta y nos comunica entre nosotros. Aunque levantemos barreras, los otros nos importan, y nos importan porque cada uno de nosotros somos una minúscula parte de la misma cosa: la humanidad.
.-¿Por eso se nos humedecen los ojos ante el dolor ajeno?
La compasión es un impulso espontáneo común a todos los seres humanos, es el alma humana en estado puro, tal y como es antes de ligarla a cualquier razonamiento, es el punto último que une a todos los seres.
.-Es un hermoso secreto.
Lo sé, pero no es una idea, una filosofía o una religión; es un hecho existencial, una conclusión a la que no le quepa duda: la fuerza compasiva nos lleva a unirnos a los demás y hace que, de alguna manera, el sufrimiento y las alegrías de los otros sean también los nuestros.
No ha recibido el Nobel de la Paz, no está santificado, le criticaron severamente por “colgar los hábitos” jesuitas, fue expulsado de la India y ha incordiado a todo tipo de autoridades (militares, políticas y religiosas) pero millones de personas lloran estos días su pérdida porque Vicente Ferrer ha conseguido el gran objetivo de una vida humana: ha dejado el mundo mucho mejor de cómo lo encontró y con todo un legado de cómo continuar su obra.
Durante 50 años trabajando en India con “los intocables” -los más pobres de entre los pobres, de los que dice la tradición que si los tocas debes lavarte después-, Ferrer construyó para ellos 4.000 pozos, 596 embalses, 1.550 escuelas, 5 hospitales, miles de bancos para la mujer, 13 centros para discapacitados y ha plantado 11 millones de árboles en una zona que era desértica.
.-Usted no se cansa de repetir que su política es la acción.
Verá, para hacer frente a los problemas hay que actuar sobre las causas. Si quieres actuar en esta historia de la humanidad donde la pobreza es la enfermedad cumbre, se ha de dar un movimiento humano de los que tienen hacia los que no tienen nada. Así se hacen los milagros.
.-Así que su camino siempre ha sido el de la acción.
Sí, pero la reflexión ha corrido paralela a la vida, inconsciente, sin hacer ruido… y me he dado cuenta de que siempre he buscado lo mismo, siempre he sido el mismo.
.-¿Y quién es usted?
Yo era un niño bueno, tenía compasión, ayudaba a la gente, recogía dinero para un hospital… No sabía por qué lo hacía, pero es exactamente lo que trato de hacer ahora después de haberlo aprendido todo.
.-Entonces, ¿tiene respuestas?
Cuando era niño leí un libro que narraba la historia de una tribu de la edad de piedra que había perdido el fuego y durante generaciones estuvo buscándolo. Muchos años después, en India, una noche que estaba conduciendo camino de Bangalore me quedé absorto durante kilómetros mirando la luz roja del coche que iba delante de mí. Esa luz roja se mezcló en mi mente con el protagonista de aquel relato de infancia: el fuego, e inmediatamente me hice una pregunta: “Y tú, ¿qué has estado buscando durante toda tu vida?”.
.-¿Encontró la respuesta?
Fue inmediata: “Has estado buscando el significado del hombre”. Comprendí que mi búsqueda no había sido el misterio de la vida, sino el hombre. Y creo que esa búsqueda de quiénes somos es la que nos une a todos, porque la humanidad la constituyen todos los hombres juntos, no sus creencias.
.-¿La humanidad está unida?
Ya sé que no lo parece, pero los hombres tenemos como una antena que nos conecta y nos comunica entre nosotros. Aunque levantemos barreras, los otros nos importan, y nos importan porque cada uno de nosotros somos una minúscula parte de la misma cosa: la humanidad.
.-¿Por eso se nos humedecen los ojos ante el dolor ajeno?
La compasión es un impulso espontáneo común a todos los seres humanos, es el alma humana en estado puro, tal y como es antes de ligarla a cualquier razonamiento, es el punto último que une a todos los seres.
.-Es un hermoso secreto.
Lo sé, pero no es una idea, una filosofía o una religión; es un hecho existencial, una conclusión a la que no le quepa duda: la fuerza compasiva nos lleva a unirnos a los demás y hace que, de alguna manera, el sufrimiento y las alegrías de los otros sean también los nuestros.
.-La pobreza del mundo nos arranca la ilusión a todos.
Así es, la tragedia de la pobreza, a la que vemos como una masa humana de rostro desfigurado, no amenaza solamente a los pobres, sino que también destruye espiritualmente a la humanidad. Destruye la fe y la esperanza, destruye nuestra propia alma.
.-¿Por eso siempre ha sido usted un hombre de acción?
Yo quería dedicarme a la meditación y de repente la vida interior me producía una especie de angustia y un grito salió de mi interior: “No quiero leer más libros, ni rodearme de teorías y misticismos. Lo que he de hacer es pasar a la acción”. Desde entonces la acción ha dominado toda mi vida.
.-Fue muy criticado por abandonar a los jesuitas.
Cuando el ser humano comienza a ligarse a creencias, su libertad espiritual disminuye. Para mí fue muy útil el tiempo que pasé con ellos, pero necesitaba recobrar mi libertad. La obediencia ciega es útil para ellos, no para mí; además, yo no sirvo para liturgias. Me atacaron mucho porque decían que yo no hacía un trabajo espiritual, pero yo creo que la buena acción es lo más espiritual que existe porque se moviliza todo: tus manos, tu mirada, tu corazón, tu pensamiento… Todo lo bueno que hay en ti se pone en movimiento. La acción contiene en sí todas las filosofías, todas las religiones, al universo entero y al mismo Dios.
.-Todo el mundo, todas las culturas, se han dedicado a escribir libros sobre Dios.
Sí, pero yo me pregunto: ¿cómo es posible que Dios necesite libros para que lleguemos hasta él?
.-¿Quizá porque es un poco abstracto?
No, la realidad de Dios es mucho más simple. Si quieres ver a Dios, escribe en un papel tus virtudes por insignificantes que sean, multiplícalas por el infinito y verás a Dios.
.-¿Cuál es el recuerdo más luminoso de su llegada a India?
Era el año 1957 y éramos doce seminaristas de la Compañía de Jesús, como los doce apóstoles dispuestos a cualquier sacrificio y orgullosos con nuestro destino. Cuando travesábamos el canal de Suez vi a una niña que salía corriendo de una casa y se subía al trampolín de una piscina para saludarnos con la mano mientras gritaba con todas sus fuerzas: “¡Buen viaje, buen viaje!”
.-¡Que bonito recuerdo!
¿Por qué nos saludaba con aquella fuerza, con aquel amor? A medida que nos alejábamos la niña seguía gritando y moviendo los brazos. No lo había aprendido de nadie, quería de forma natural: el amor se encuentra dentro de cada uno de nosotros. Cuando llegamos a Bombay el vagón se llenó de gente; recuerdo a un barbero que antes de que te diera tiempo a abrir la boca ya te había enjabonado y a un pequeño estafador que le vendió a un compañero un reloj en un bonito estuche. Cuando se bajó del tren y abrimos el estuche no había reloj. Para mí esa multitud eran héroes, gente de acción.
.-¿Y quiso ser como ellos?
Sí, quise ser uno más entre los seres humanos, seguir la línea del corazón, porque no tenemos más remedio que amarnos entre nosotros ya que todos formamos una unidad; y mientras eso no acabe de entenderse seguiremos luchando entre nosotros.
.-Usted abandonó la Orden Jesuita, y más tarde se caso. ¿Quién se atrevió a casarlos?
Un pastor protestante, que me dijo al final de la ceremonia: “Anne va a ser un ángel para ti”, y eso ha sido. Siempre que alguien le dice a mi esposa a modo de piropo que detrás de un buen hombre siempre hay una gran mujer se enfada y lo corrige: “Querrá decir al lado…”.
.-¿Cuántas veces se ha equivocado?
¿Equivocarme?… Si alguna vez me he equivocado es por no haber hecho más, pero hemos hecho muchas cosas… En realidad yo he venido a pasar unos días a España para pedir a los ciudadanos que se movilicen por el Tercer Mundo.
.-¿Quizá porque es un poco abstracto?
No, la realidad de Dios es mucho más simple. Si quieres ver a Dios, escribe en un papel tus virtudes por insignificantes que sean, multiplícalas por el infinito y verás a Dios.
.-¿Cuál es el recuerdo más luminoso de su llegada a India?
Era el año 1957 y éramos doce seminaristas de la Compañía de Jesús, como los doce apóstoles dispuestos a cualquier sacrificio y orgullosos con nuestro destino. Cuando travesábamos el canal de Suez vi a una niña que salía corriendo de una casa y se subía al trampolín de una piscina para saludarnos con la mano mientras gritaba con todas sus fuerzas: “¡Buen viaje, buen viaje!”
.-¡Que bonito recuerdo!
¿Por qué nos saludaba con aquella fuerza, con aquel amor? A medida que nos alejábamos la niña seguía gritando y moviendo los brazos. No lo había aprendido de nadie, quería de forma natural: el amor se encuentra dentro de cada uno de nosotros. Cuando llegamos a Bombay el vagón se llenó de gente; recuerdo a un barbero que antes de que te diera tiempo a abrir la boca ya te había enjabonado y a un pequeño estafador que le vendió a un compañero un reloj en un bonito estuche. Cuando se bajó del tren y abrimos el estuche no había reloj. Para mí esa multitud eran héroes, gente de acción.
.-¿Y quiso ser como ellos?
Sí, quise ser uno más entre los seres humanos, seguir la línea del corazón, porque no tenemos más remedio que amarnos entre nosotros ya que todos formamos una unidad; y mientras eso no acabe de entenderse seguiremos luchando entre nosotros.
.-Usted abandonó la Orden Jesuita, y más tarde se caso. ¿Quién se atrevió a casarlos?
Un pastor protestante, que me dijo al final de la ceremonia: “Anne va a ser un ángel para ti”, y eso ha sido. Siempre que alguien le dice a mi esposa a modo de piropo que detrás de un buen hombre siempre hay una gran mujer se enfada y lo corrige: “Querrá decir al lado…”.
.-¿Cuántas veces se ha equivocado?
¿Equivocarme?… Si alguna vez me he equivocado es por no haber hecho más, pero hemos hecho muchas cosas… En realidad yo he venido a pasar unos días a España para pedir a los ciudadanos que se movilicen por el Tercer Mundo.
.-¿Y cómo?
Lo que yo sugiero es que todos somos responsables y que podemos hacer muchísimo. Los gobiernos cambian, los bancos pueden quebrar, pero el amor de los hombres no quebrará nunca. Los poderosos tienen poder y mucho dinero, pero los ciudadanos tenemos el poder de perseverar en hacer el bien.
.-¿Cuáles han sido los momentos más difíciles?
Cuando tuve que empezar de nuevo en Anantapur tras treinta años de trabajo. Todas las organizaciones que nos ayudaban se retiraron; en aquel momento no había posibilidad ninguna, todo estaba cerrado para nosotros. Pero mi vida ha sido fantástica pese a que me hayan operado tres o cuatro veces y tenga muchos dolores de cabeza…, eso es la vida. ¿No has observado nunca las truchas?
.-Sí, claro.
No las detiene nada, suben y suben, remontan el río. Si se encuentran con una pared, saltan y saltan hasta que la pasan. Las truchas nos enseñan mucho, a mí siempre me han inspirado; de hecho soy como una trucha.
(Entrevista publicada en “La Contra” de La Vanguardia).
.-¿Cuáles han sido los momentos más difíciles?
Cuando tuve que empezar de nuevo en Anantapur tras treinta años de trabajo. Todas las organizaciones que nos ayudaban se retiraron; en aquel momento no había posibilidad ninguna, todo estaba cerrado para nosotros. Pero mi vida ha sido fantástica pese a que me hayan operado tres o cuatro veces y tenga muchos dolores de cabeza…, eso es la vida. ¿No has observado nunca las truchas?
.-Sí, claro.
No las detiene nada, suben y suben, remontan el río. Si se encuentran con una pared, saltan y saltan hasta que la pasan. Las truchas nos enseñan mucho, a mí siempre me han inspirado; de hecho soy como una trucha.
(Entrevista publicada en “La Contra” de La Vanguardia).
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