domingo, 14 de febrero de 2010

*La ciudad del sueño

Caminando hacia el oeste, después de seis días y seis noches, se llega a Zobeida, ciudad blanca, bien expuesta a la luna, con calles que giran sobre sí mismas como un ovillo.

Esto se cuenta de su fundación: hombres de naciones diversas tuvieron un sueño igual: vieron una mujer que corría de noche por una ciudad desconocida, la vieron de espaldas, con el pelo largo, y estaba desnuda. Soñaron que la seguían. A fuerza de dar vueltas, todos la perdieron.

Después del sueño buscaron aquella ciudad; no la encontraron pero se encontraron ellos; decidieron construir una ciudad similar a la de su sueño. En la disposición de las calles cada uno rehizo el recorrido de su persecución; en el punto donde había perdido las huellas de la fugitiva, cada uno ordenó de manera distinta que en el sueño los espacios y los muros, de modo que no pudiera escapársele más.

Esta fue la ciudad de Zobeida, donde se establecieron, esperando que una noche se repitiese aquella escena. Ninguno de ellos, ni en el sueño ni en la vigilia, vio nunca más a la mujer. Las calles de la ciudad eran aquellas por las que iban al trabajo todos los días, sin ninguna relación ya con la persecución soñada, que, por lo demás, habían olvidado hacia tiempo.

Nuevos hombres llegaron de otros paises que habían tenido un sueño como el de ellos, y en la ciudad de Zobeida reconocían algo de las calles de su sueño, e iban cambiando de lugar plazas, galerías y escaleras para que se parecieran más al camino de la mujer perseguida y para que en el punto donde había desaparecido no le quedara modo de escapar.

Los que habían llegado primero no entendían que era lo que atraía a esa gente a Zobeida, a esa fea ciudad, a esa trampa.

(Relato de "Las ciudades invisibles" de Italo Calvino).

2 comentarios:

  1. Débora 1º Bach. (ciencias)1 de marzo de 2010, 22:52

    Este texto me hace pensar que hay muchas personas sin relación alguna que tienen los mismos sueños y esperanzas, y esperan alcanzar los mismos objetivos, pero cuando esto es muy difícil, enseguida se pierde la ilusión, porque los primeros hombres que llegaron a la ciudad, la construyen y se esfuerzan por alcanzar aquello que quieren para después rendirse, y dejarlo por imposible, e incluso extrañarse de que otras personas lo quieran intentar, porque lo que a ellos antes les ilusionaba ahora lo ven una pérdida de tiempo e incluso una trampa como dando a entender que estamos engañados.

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  2. Has entendido muy bien la metáfora, Débora:

    la juventud es sinónimo de sueños e ilusiones que se persiguen de día y de noche por mil callejones y plazas.

    Luego, la realidad es más cruda y nuestro gran sueño a menudo se escapa. Tras la decepción, tomamos medidas para que nuestro próximo sueño no logre escabullirse; pero ya no es un sueño libre, pues hemos construido para él una celda de alta seguridad.

    Con el tiempo olvidamos el sueño y las viejas ilusiones; de todo aquello sólo nos queda la celda en la que ahora vivimos.

    Escépticos y desmemoriados, miramos con extrañeza e irritación a los jóvenes que persiguen sueños iguales a los nuestros, y que también, con el tiempo, olvidarán, y observarán con igual escepticismo y malhumor a la siguiente generación de jóvenes soñadores.

    ¿No es ésta la incomprensión que a menudo se da entre padres e hijos, entre adultos y adolescentes?

    Sólo quien logra crecer sin matar al niño que una vez fue, puede comprender que la vida es un sueño… y que los sueños, sueños son. Lo dijo Calderón, el de la barca. Un tipo que sabía lo que se decía.

    ¡Qué bien que -además de comentar una reflexión inteligente- no tenga que corregir ninguna falta ortográfica!

    Un saludo, Débora.

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