jueves, 7 de enero de 2010

*Lhasa de Sela (la voz de un ángel errante)



Con toda palabra
Con toda sonrisa
Con toda mirada
Con toda caricia

Me acerco al agua
Bebiendo tu beso
La luz de tu cara
La luz de tu cuerpo

Es ruego el quererte
Es canto de mudo
Mirada de ciego
Secreto desnudo

Me entrego a tus brazos
Con miedo y con calma
Y un ruego en la boca
Y un ruego en el alma
Y un ruego en la boca
Y un ruego en el alma

Con toda palabra
Con toda sonrisa
Con toda mirada
Con toda caricia

Me acerco al fuego
Que todo lo quema
La luz de tu cara
La luz de tu cuerpo

Es ruego el quererte
Es canto de mudo
Mirada de ciego
Secreto desnudo.

Me entrego a tus brazos
Con miedo y con calma
Y un ruego en la boca
Y un ruego en el alma
Y un ruego en la boca
Y un ruego en el alma

El año 2010 empezó con un suceso muy triste: la muerte de Lhasa de Sela. La cantante y compositora falleció el 1 de enero en su casa de Montreal, a consecuencia de un cáncer. Tenía sólo 37 años.

Hija de un profesor y escritor mexicano y de una fotógrafa estadounidense, Lhasa pasó su infancia recorriendo carreteras de México y Estados Unidos en un viejo autobús escolar convertido en el hogar de dos adultos, cuatro niñas, tres gatos, un loro, dos tortugas y un perro. Sin televisión. Ni electricidad ni agua corriente ni teléfono. Las pequeñas leían todo el tiempo y por la noche organizaban espectáculos.

Lhasa se llamaba como la capital del Tíbet. El nombre se le ocurrió a su madre cuando la pequeña había cumplido ya cinco meses: mientras leía el "Libro tibetano de la vida y la muerte". Pensó que era el idóneo para aquel bebé muy sonriente y con los ojos algo rasgados.

Lhasa nació cerca de Woodstock (Nueva York), en 1972, y vivía desde los 19 años en Montreal (Canadá), donde llegó para estar con sus tres hermanas, que estudiaban en una escuela circense. Ya había despertado el interés de los medios musicales con su premiado disco "La llorona" (1998), al que seguirían "The living road" (2003) y "Lhasa" (2009), tras pasar un año en el sur de Francia en el pequeño circo en el que trabajaban sus hermanas, una como payaso; otra, funambulista, y la tercera, contorsionista y acróbata.

Lhasa creció escuchando a Violeta Parra, Chavela Vargas, Billie Holiday, Maria Callas... Siempre le atrajo la música triste, confesaba. El crítico británico Charlie Gillett comentó que, de haber tenido Nico y Leonard Cohen una hija en la década de los setenta, ésta hubiera sido Lhasa.

En Montreal, acompañada por el guitarrista Yves Desrosiers, Lhasa actuó durante cinco años en bares y pubs. Lugares ruidosos en los que cantaba con las manos en los bolsillos y los ojos cerrados para un público que bebía y hablaba. Lo explicó en una entrevista: "Me dije que no podía enojarme con ellos porque no tenían obligación de escucharme. Era yo quien tenía que hacer que quisieran escucharme de verdad y no por cortesía".

Según ella, cada canción surgía de una chispa y ya venía en un idioma determinado: español, inglés -las lenguas de mamá y papá- o el francés de la ciudad (Montreal) que la acogió. Sus composiciones suenan a chanson francesa, folk norteamericano, blues, ranchera... Escribía frases como "tuve que quemarme p'a llegar a tu lado" y contaba en sus conciertos la historia de su abuelo libanés, que se escondió en un barco con destino a Marsella para huir de un padre que no lo quería.

De "La confesión" ("Me siento culpable porque tengo la costumbre") aseguraba que tardó meses en comprender que se trataba de una fantástica explicación sobre la culpabilidad y cómo librarse de ese terrible sentimiento. Y Lhasa no quería sentirse culpable nunca más.

¿Por qué han de morir los ángeles?

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