.-¿Por qué sus libros suscitan tanta polémica?
.-Hace poco usted estuvo en Angola, presentando alguno de sus libros, exactamente en Luanda, no en Londres, ni en París o Nueva York, lo cual es admirable, y allí dijo algo conmovedor: “Vivimos una sociedad excluida, fragmentada, que hace que cada día desaparezcan especies animales, vegetales, lenguas y culturas, y si no tomamos precauciones convertiremos muy pronto a la Tierra en un desierto”.
Todos los años exterminamos comunidades indígenas, millares de hectáreas de bosques e incluso innumerables palabras de nuestros idiomas. Cada minuto extinguimos una especie de pájaros y alguien en algún lugar recóndito contempla por última vez en la Tierra una determinada flor. Konrad Lorenz no se equivocó al decir que somos el eslabón perdido entre el mono y el ser humano. Eso somos, una especie que gira sin hallar su horizonte, un proyecto inconcluso. Se ha hablado bastante últimamente del genoma y al parecer lo único que nos distancia en realidad de los animales es nuestra capacidad de esperanza. Hemos producido una cultura de la devastación basada muchas veces en el engaño de la superioridad de las razas, de los dioses, y sustentada por la inhumanidad del poder económico. Siempre me ha parecido increíble que una sociedad tan pragmática como la occidental haya deificado cosas abstractas como ese papel llamado dinero y una cadena de imágenes efímeras. Debemos fortalecer, como tantas veces he dicho, la tribu de la sensibilidad. ¿Por qué priorizamos construir grandes autopistas, transbordadores espaciales, o enormes rascacielos cuando aún no se ha solucionado el problema elemental del hambre?
.-Usted cita con frecuencia la frase del heterónimo de Pessoa, Ricardo Reis, protagonista de una de sus más reconocidas novelas, "La muerte de Ricardo Reis": “Sabio es el que se contenta con el espectáculo del mundo...”
Sí, pero no estoy de acuerdo con esa frase que durante años ha sido para mí una contradicción. Después de Hiroshima, de los campos de exterminio y de las múltiples guerras imaginadas por el hombre, que nunca se fatiga de improvisar el horror, ¿cómo creer que es sabio contentarse con el espectáculo del mundo? Cuando decidí escribir "La muerte de Ricardo Reis" para completar la biografía de este personaje, de quien Pessoa jamás dijo que había muerto, quise resolver un conflicto que tenía con aquel poeta que produjo una influencia gigante, terrible, sobre toda la literatura portuguesa, y cuestionar su inocente sentencia. Hoy sólo espero que piensen que he sobrevivido a su sombra.
.-Si no nos salvamos todos yo no quiero salvarme, dijo Iván Karamazov...
Es una idea irrebatible. Dostoyevski creía que la sensibilidad debe servir para solidarizarnos con el dolor, porque si no es así, me parece estéril. Una sensibilidad refinada para disfrutar la estética es importante pero es inútil. Ni un artista, ni un científico, por talentoso que sea, puede tener más significancia que un verdadero ser humano.
.-¿En su discurso del Nobel se podría pensar que la pobreza a pesar de ser una fatalidad está provista de cierta lucidez que hace mirar al mundo con mayor profundidad?
No estoy muy seguro. La pobreza es una humillación. Yo escribí una obra de teatro llamada "La segunda muerte de Francisco de Asís", en la que imagino que este hombre regresa y encuentra su Orden convertida en otra cosa, y al pretender que recobre su pensamiento original fracasa. Decepcionado, en una escena posterior busca a los pobres con el propósito de conminarlos a la pureza inicial y ellos le replican: tú quisiste ser pobre y eso es cosa tuya, nosotros lo somos y no queremos serlo... Y al final Francisco reflexiona con desolación: siempre estuve equivocado, la pobreza no es santa. La lucidez entonces a la que se refiere la pregunta, tendría más que ver con cada persona que con una situación determinada. Hay quienes pueden sobrevivir a innumerables carencias, a desconocimientos, a estigmatizaciones de toda índole, pero la mayor parte es aplastada, y todo su horizonte se reduce a poder desayunar el día siguiente.
.-En el mismo discurso usted relata un conmovedor pasaje de su infancia en el que su abuelo Jerónimo, pastor y contador de historias, al presentir que la muerte venía a buscarlo se despidió de los árboles de su huerto abrazándolos y llorando porque sabía que nunca los volvería a ver...
Es un recuerdo poético, la memoria siempre da pinceladas sobre los rostros y convierte a todo el mundo en una especie de personaje, de creación imaginaria. La memoria es el dramaturgo que tienen adentro todos los hombres, pone en escena e inventa un disfraz para cada ser vinculado con nosotros. La distancia entre lo que fue una persona y lo que se recuerda de ella es literatura. Las evocaciones primigenias, las primeras percepciones de la vida, de su riesgo, de sus desprendimientos, son determinantes, porque producen imágenes que dejan tatuajes y afloran sin darnos cuenta en todo proceso artístico. Además la memoria es una centinela imprescindible, la vigía que impide a la injusticia reinar, que no permite que olvidemos Auschwitz, Actael en Chiapas, Sarajevo, Nagasaki, y tantas equivocaciones y masacres; y si acudimos a ella para referimos a un país como Colombia podríamos dibujar un mapa invadido de puntos rojos, de lugares que antes eran mágicos y hoy son apenas nombres que nos hacen temblar.
.-El capitalismo nos ha decepcionado, el socialismo que tuvo un buen guión no contó con actores tan afortunados ¿cual podría ser nuestra próxima utopía?
Habrá una segunda oportunidad para el marxismo. Las ideologías que hablan de liberación, de igualdad, son siempre necesarias. El capitalismo es un error y por eso es fundamental analizar nuevas propuestas que inventen un mundo más equilibrado, en el que ya no existan tres mil millones de personas viviendo con sólo dos dólares diarios. Durante esta visita a Colombia he dicho enfáticamente: sí, hay que legalizar la droga, pero primero el pan. Mientras un continente como África muere de hambre y de enfermedades que no puede controlar, no es posible hablar del triunfo del capitalismo. Yo creería en este sistema, no cuando el hombre llegue a Marte, sino cuando todos tengamos alimento. Por eso la carrera espacial me parece secundaria, además el hombre ya casi logra destruir la Tierra, ¿para qué tanto empeño en destruir otro planeta?
(Autores de la entrevista: Amparo Osorio y Gonzalo Márquez Cristo).
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