viernes, 4 de junio de 2010

*La Escuela contra el Mundo (I)

Gregorio Luri, Doctor en Filosofía por la Universidad de Barcelona, fue profesor de Filosofía en la UNED de Barcelona. Es autor entre otros textos de El proceso de Sócrates y Guía para no entender a Sócrates. Ahora presenta "La escuela contra el mundo", un libro en que Gregorio Luri se desmarca de los tópicos que alrededor del mundo de la educación.

.-¿Cómo emerge “La Escuela contra el mundo"”?
Me tuve que jubilar, por cuestiones de salud, el 1 de septiembre del curso pasado. Pocos días después recibí una carta del “Consejero de Educación” en la que me manifestaba su agradecimiento “por toda una vida profesional dedicada a hacer crecer a nuestros chicos y chicas en el pensamiento, en la reflexión, en el espíritu crítico y en la creatividad”. Al leerla me pregunté cómo sabía el "Señor Consejero” que yo no había sido un inepto. ¿Cómo podía saber si compartía su visión sobre mi trabajo? La carta me anunciaba también un regalo que recogí enseguida. Resultó ser un libro, titulado "La educación en Cataluña". Salvador Cardús firmaba el último artículo afirmando que, respecto la escuela, “El malestar se va extendiendo”. ¿Hacía falta tomarse esto como una imputación? Reflexionando sobre estos temas tomó cuerpo el libro.

.-¿En qué momento se encuentra la educación hoy?
La carta del “Consejero de Educación” nos orienta. Me agradece que haya estimulado el crecimiento del pensamiento crítico, la reflexión y la creatividad de los jóvenes catalanes, pero no me explica por qué estos valores son más importantes que, por ejemplo, la lealtad, la disciplina y la responsabilidad, ni tampoco porqué no parece conceder ninguna importancia a los contenidos que haya podido impartir a lo largo de mi vida profesional. No parece importar si los alumnos que han estado bajo mi responsabilidad, cuando acaban la enseñanza obligatoria, son capaces de situar el Danubio o Moldavia en un mapa de Europa, si están capacitados para hacer cálculos mentales mínimamente complejos o si dominan algo más que un vocabulario de estricta subsistencia. Este desequilibrio define el estado actual de nuestra educación con precisión.

.-¿Cómo ha vivido el paso de la escuela moderna a la posmoderna?
En la escuela tradicional, con todos sus defectos, había una cosa clara: que “enseñar” era un verbo Transitivo. En la escuela posmoderna, lo realmente importante no parece ser qué hay que saber, sino cómo fomentar la reflexión, el espíritu crítico y la creatividad del alumno, con lo cual la autonomía del aprendizaje se ha impuesto a la heteronomía de la enseñanza. Pero no está nada claro que la autonomía sin orientación pueda conducir a la adquisición de los conocimientos que un joven necesita para poder cursar sus estudios universitarios con una base de competencias lo suficientemente sólida. La confluencia de una concepción pedagógica basada en la centralidad de la autonomía del niño con las ideologías individualistas modernas y el fomento creciente del consumo ha propiciado la aparición de un “clientelismo” pedagógico por parte de unas familias que entienden que su relación con la escuela es similar a la que mantienen como clientes con las empresas de administración de servicios.

.-¿Estamos en tiempos de relativismo y escepticismo moral?
Sí, y por lo tanto, de desorientación. Para ser más libres hemos creído posible renunciar a la dictadura de los criterios orientadores. Incluso se alaba la liquidez como un principio positivo y se sospecha del arraigo (y de las convicciones) como una rémora que nos incapacita para la constante adaptación a no se sabe bien qué.

.-¿Se ha perdido la autoridad del maestro o profesor?
Se ha convertido en uno de los dogmas de la pedagogía (post) moderna la tesis de que el alumno debe ser el centro de la actividad pedagógica. Es una tesis discutible. En una auténtica relación pedagógica el centro nunca está ocupado por el alumno, sino por la autoridad del maestro, capaz de ganarse la atención de la clase y de organizar la relación del alumno con los contenidos de aprendizaje. Tal es así que si el maestro no tiene autoridad, difícilmente hay aprendizaje. Evidentemente estoy hablando de autoridad, no de arbitrariedad o de fuerza. La autoridad docente es la capacidad del maestro para hacer presente el conocimiento relevante y facilitar su asimilación por parte del alumno. Si la escuela tiene convicciones sobre lo bueno y lo malo, por muy partidario que sea dejar que el niño se exprese, no valorará de la misma manera todas las manifestaciones de su espontaneidad. Estimulará algunas y en reprimirá otros. Ningún maestro digno de este nombre permitiría la libre expresión de las capacidades del niño para la mentira, la hipocresía o la violencia. La autoridad del maestro se encuentra en el centro siempre que el maestro tenga convicciones. Donde no hay autoridad, normalmente lo que falta son convicciones.
(Continúa)

1 comentario:

  1. Carmen:
    Muchas gracias por publicar esta entrevista... Un maestro.

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